Pluralidad cultural
La diversidad cultural es una realidad muy antigua en la historia de la humanidad. En la tradición bíblica, en “el tiempo de los orígenes de la humanidad” – los 11 primeros capítulos del libro del Génesis – encontramos el relato de la Torre de Babel (Gn. 11, 1-9). Tiempo de los orígenes en que se ubican las grandes preguntas sobre los seres humanos y todo aquello que marca el sentido de su vida: el origen de todas las cosas, su identidad humana, su hacer, la búsqueda de su felicidad, el bien, la verdad y la justicia, el rechazo del mal, sus vicisitudes y angustias, sus alegrías, etc. El relato nos cuenta que la humanidad era de un mismo lenguaje e idénticas palabras (v 1), y se dijeron: vamos a edificarnos una ciudad y una torre – símbolo de poder y dominación – con la cúspide en los cielos, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la haz de la tierra (v 4). Un mismo lenguaje es instrumento de poder y dominación de unos sobre otros, y en algunos, una voluntad de poder que no tiene límites. La sabiduría religiosa guarda la voluntad de Dios como gesto liberador de los sometidos, confunde las lenguas y cada pueblo pudo desperdigarse por la haz de la tierra y encontrar su propio lugar, tener su propia lengua, ser dueños de su vida, base fundamental para construir su propia manera de vivir, su propia cultura.
Desperdigarse por toda la faz de la tierra en la tradición bíblica no significa fragmentación y aislamiento. Como continuación de este relato encontramos una larga genealogía que nos lleva a Abram y a la siempre renovada iniciativa de Dios que expresa su amor a la humanidad en la promesa de bendición a todos los linajes de la tierra ( Gn.12,3). Así también, en paralelo al relato de la Torre de Babel, encontramos el relato de Pentecostés (Hechos 2, 1-13) Pedro anuncia el triunfo definitivo de la Vida: La Resurrección de Jesús, y cada uno lo entendió en su propia lengua. La diferencia cultural no impide comunicar, entender ni comprometerse con la verdad de la vida que es la verdad de la humanidad.
1. Culturas y sentido de la vida
Es importante recordar que la cultura es una actividad específicamente humana y que se juega en ella la inteligencia creativa y la libertad[1]. La cultura es la manera como los seres humanos, en experiencia comunitaria que implica el reconocimiento del otro, de la otra, establecen relación con el mundo y lo van haciendo suyo. En este proceso, el lenguaje es la capacidad que los seres humanos tienen de expresarse, de comunicarse y de interpretar el mundo. En la relación con los otros y las otras descubren y desarrollan esta capacidad que les permite elaborar y acumular sus experiencias internas y compartirlas. El lenguaje no es solo un instrumento para comunicarse, nos dice como los hombres y mujeres trasforman el mundo y lo hacen suyo, nos dice también como se piensan y se valoran a sí mismos y a los otros y otras.
En el lenguaje de cada pueblo encontramos su visión del mundo, su identidad, encontramos su cultura. Es en su propia cultura que los hombres y las mujeres van descubriendo y dando sentido a su vida. Los pueblos guardan este saber en su memoria histórica, más específicamente en sus ancestrales tradiciones religiosas, y conservan, así, los elementos fundamentales y el derrotero histórico por el cual van construyendo su propia identidad.
Hoy, lo nuevo en este terreno está tanto en la aguda conciencia que cada una de las culturas va adquiriendo de su derecho a la diferencia, como en la constatación, que crece en nuestro tiempo, del pluralismo cultural y la riqueza de sus ancestrales tradiciones.
2. Germen de universalidad y dinamismo vital y creativo
La cultura tiene la cualidad de estar en constante movimiento. La cultura es la dimensión histórica en la que los seres humanos “se experimentan como proyecto, como libertad orientada hacia lo porvenir desconocido... El hombre no puede realizarse sino alcanzando metas concretas, que son superadas por su aspiración radical que tiene siempre más allá de todo objetivo logrado: es la experiencia de la “inquietud radical” como tensión insuprimible hacia una plenitud que el hombre no puede por si mismo alcanzar definitivamente”[2].
Esta inquietud radical en el ser humano presta a las culturas un dinamismo que impulsa al cambio y a la creatividad, y que es capaz de trasformar la historia en busca de condiciones más humanas de vida. Cuando las tradiciones culturales se hacen costumbre y el ser humano pierde el espíritu crítico de sus propios logros, la cultura pierde la energía de vida que la impulsa. Es la búsqueda de ser mas humanos[3], que coincide con la inquietud radical que impulsa hacia la plenitud, la trascendencia, el absoluto, lo que inspira el dinamismo de las culturas y que las hace estar en continua recreación. Ahí está el corazón de las culturas, que a lo largo de la historia ha vivido estrechamente ligado a la experiencia de Dios.
Lo que está en juego fundamentalmente es la búsqueda de ser y pensarnos “más humanos”, ahí está el germen de universalidad en las culturas, lo cual lleva a los seres humanos al encuentro con los otros y las otras, a la necesidad de abrirse a lo diferente, a la capacidad de recibir y de dar. Estos caminos hacen confluir a las personas y las culturas diferentes en el respeto mutuo, en el reconocimiento del valor y la dignidad del otro, de la otra, de la vida, en la búsqueda de la Verdad que se encamina a la unión. Ahí está el sentido de cada cultura.
Estos nuevos caminos, que permiten la conservación y pervivencia de las culturas, son recorridos por los protagonistas de las culturas, quienes en encuentros, desencuentros, intercambios van asumiendo formas culturales nuevas que incorporan a su vida cotidiana En la medida que se las apropian, pasan a formar parte de su identidad
Así, los pueblos recrean incesantemente su yo colectivo y los hombres y mujeres de esos pueblos reafirman su derecho a sur agentes de su propia cultura y sujetos de su historia. Roberto Zariquey , a propósito de su participación en la celebración shipiba de la fiesta de la primavera, fiesta seguramente impuesta por el calendario escolar desde Lima, nos dice:
“Ésta era, para los shipibo, una ceremonia tradicional y propia...Y eso era completamente cierto, aquella era su cultura, orar como evangelistas antes y después de la fiesta era una práctica que les pertenecía y les era sumamente íntima; porque lo propio no es sino aquello que un grupo asume y considera suyo. Este estudio etnográfico me mostró que las culturas no son entes estáticos y permanentes que hay que salvar y conservar, como si pudieran ser desligadas de los individuos y de su historia y no fueran estos los que las hicieran y rehicieran a través de procesos sumamente complejos....
Las culturas están allí, ante nosotros, como en las fiestas de primavera, reformulándose, recogiendo elementos nuevos y dejando otros de lado, acomodándose al presente y recreándose. No puede, pues, concebirse a las culturas sin la cuota de cambio (e intercambio) que las caracteriza”[4]
3. Gritos y sueños de justicia, libertad y vida.
Es importante recordar también, la pretensión de algunas culturas de querer someter y dominar, es la dinámica de reinos e imperios a lo largo de la historia. Lo que está en el centro de esta problemática es la incapacidad de reconocer al diferente, al otro en su singularidad. Esta diferencia aparece extraña, incomprensible y por tanto peligrosa; al otro se le convierte en enemigo, se le niega el derecho a la diferencia cultural y con ello se niega su condición humana. Entonces se encuentran razones para dominarlo o destruirlo.
El conflicto no lo produce el encuentro de culturas diferentes que buscan, cada una por su camino, la justicia, la libertad, la vida, y que por eso mismo pueden encontrarse y hacer juntas el camino hacia la verdad. En realidad el enfrentamiento lo produce la voluntad de dominio de los fanatismos políticos, religiosos, raciales etc que se disfrazan de utopías universales.
Así también desde muy antiguo encontramos, aun en los pueblos más pequeños y débiles, gestos, gritos[5] de resistencia y rechazo a los poderes dominantes para defender su vida, exigir justicia y luchar por su libertad. Estos gestos de defensa de la vida han ido incubando sueños y anhelos de encuentro, convivencia y compartir universal.
Cuando José María Arguedas habla del Perú multicultural como un país de todas las sangres, un territorio mágico donde la vida bulle y se recrea constantemente, expresa, de manera poética, la profundidad de la realidad en la que se ha ido haciendo y rehaciendo la historia de nuestro pueblo a través de siglos.
“Mi pensamiento central era este: ¿No puede la cultura latinoamericana mantener a través de todo su futuro desarrollo y perfeccionamiento este tipo distinto de relación entre los hombres, más cálido, más cordial, más íntimo que el encasillamiento fatal, el aislamiento creciente en que parece concluir el occidental? No tiene por qué ser un fin ineludible de la civilización el individualismo y la reserva” [6]
Podríamos decir que, en este tiempo, la globalización ha hecho del mundo entero un escenario de todas las sangres, donde se encuentra y se desencuentra la vida. Pero, como nos recuerda José María Arguedas, el mundo es un territorio mágico donde bullen los anhelos y los sueños de vida, en que muchos hombres y mujeres han puesto su esperanza y su compromiso.
En esta larga experiencia, la humanidad ha ido encontrando progresivamente un lenguaje rico pero insuficiente para dar razón de la complejidad de este fenómeno y de los desafíos que nos plantea.
A este lenguaje se van añadiendo expresiones, conceptos, en los cuales descubrimos que las culturas fuertes no puede seguir sometiendo a las otras culturas a la dominación o al anonimato, pues no pueden dejar de reconocer su presencia ni la riqueza y valores que guardan en sus tradiciones. Para ello han ido surgiendo nociones como: transculturación, aculturación, inculturación, pluralismo cultural, etc. Estas nociones nos descubren también un rol mas activo en las culturas que se van levantando de largo tiempo de esclavitud, que despiertan a la conciencia y voluntad de derechos inalienables, recuperando su memoria histórica y buscando reintegrarse a la vida social de la que por siglos habían sido excluidos. Es en este contexto que encontramos el concepto de interculturalidad.
En sociedades que se reconocen como multiculturales y donde estas diversas culturas van ganando una clara conciencia del valor que guardan sus tradiciones y su identidad, de su derecho a la diferencia, el diálogo intercultural nos dice de intercambios, descubrimientos, préstamos, propuestas, apropiaciones de formas culturales que, en un clima de libertad, permiten el enriquecimiento mutuo entre dos o más culturas. Nos dice también de los sujetos culturales, hombres y mujeres que recrean su identidad sacando de la vieja sabiduría de sus tradiciones culturales, apropiándose de lo que el otro les ofrece y recreando nuevas maneras de vivir y de pensar. Haciendo suyas su vida y su historia.
Diálogo interreligioso
Es en el contexto de la experiencia y reflexión de la diversidad cultural, y la pluralidad religiosa que la acompaña, que quiero plantear el sentido del aporte del diálogo interreligioso. La diversidad cultural que encontramos hoy está urgida de encuentro, libertad y alianza por la vida.
1. La pluralidad religiosa es un desafío a la evangelización
La experiencia religiosa es una dimensión fundamental en la condición humana, pues ella remite a preguntas radicales que buscan el sentido último de la existencia. Esta experiencia ha sido vivida históricamente en innumerables caminos personales y colectivos que guardan en ellos una riqueza inmensa que toca la Verdad del Misterio -misterio de Dios, de la existencia y de la vida- que el ser humano busca. La experiencia religiosa también tiene el riesgo de absolutizar el contexto histórico y encerrar en el al Misterio inabarcable que busca. Esta absolutización la conocemos como fundamentalismo religioso.
La pluralidad religiosa es una realidad compleja que no siempre es fácil discernir. En ella no están presentes solamente las “grandes religiones” de la humanidad, sino que encontramos también múltiples formas de religiosidad, a veces ligadas a ancestrales tradiciones culturales de pueblos pequeños, marginados, anónimos o, en otros casos, más bien son mixturas de diversos elementos religiosos, filosóficos que forman sistemas incoherente.
¿Qué desafíos presenta esta pluralidad de experiencias religiosas a la fe cristiana? Sobre todo ahora en que, el contexto de la globalización pone a nuestro alcance un basto conocimiento de la pluralidad religiosa y una mayor conciencia de su derecho a la diferencia
Anunciar el evangelio a todas las gentes plantea a la Iglesia el desafío de relacionarse con todos los pueblos de la tierra. Esta tarea tiene, desde la época apostólica, un largo caminar que ha ido progresivamente, y no sin dificultades, abriendo derroteros nuevos en el descubrimiento del otro, subrayando las diferencias entre los pueblos como algo a ser profundamente valorado en la tarea evangelizadora.
El Vaticano II dio un fuerte impulso al ecumenismo y a la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas. Se partió de la voluntad de Dios que quiere que todos se salven (1Tim 2,4) redescubriendo así, el fundamento del diálogo interreligioso en el reconocimiento del origen común que la humanidad tiene en Dios creador y su voluntad universal de salvación en Jesucristo[7].
Todos los pueblos forman una sola comunidad y tienen un mismo origen, pues Dios ha hecho habitar a toda la raza humana sobre la faz de la tierra; tienen también un mismo destino, Dios, cuya providencia, testimonios de bondad y designios de salvación se extiende a todos. ( Nostra aetate n°1)
El fundamento teológico del diálogo interreligioso está en la afirmación del señorío de Dios en el mundo y la historia[8]. El Espíritu de Dios se hace presente universalmente en el corazón de cada ser humano[9], presencia que se extiende “a la sociedad y la historia, a los pueblos, las culturas y las religiones”[10]. Como dice J. Dupuis: “a pesar de las diferencias, los miembros de las diferentes tradiciones religiosas son co-miémbros del Reino de Dios en la historia, caminan juntos hacia la plenitud del Reino, hacia la nueva humanidad querida por Dios para el fin de los tiempos, de la cual están llamados -unos y otros- a ser co-creadores con Dios”[11].
En nuestra época, en la que el género humano se une cada vez más estrechamente y aumentan los vínculos entre los diversos pueblos, la Iglesia considera con mayor atención en qué consiste su relación con respecto a las religiones no cristianas (...)
La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas, que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres (Nostra aetate n° 1 y 2)
El dinamismo, la fuerza de vida que impulsa el caminar de los pueblos y de cada persona en la historia viene de Dios; los cristianos y cristianas, envueltos en esta fuerza, viven, comparten y proclaman lo que Jesús ha enseñado: que Dios es Padre y Madre de todo hombre y de toda mujer, sin condición de raza, cultura, ni tan siquiera de credo religioso. Todos somos hijos e hijas de Dios y así estamos llamados a participar y a ser reconocidos en la fraternidad universal que el proyecto del Reino fundamenta. Esto nos exige ver a los otros y las otras no solo como destinatarios del anuncio de la Buena Nueva, sino como partícipes en la búsqueda de la verdad de Dios que da sentido a la vida[12].
En el testimonio de un hindú, Devi Menon, en un texto que titula “Lo que admiro en Cristo y rechazo en el cristianismo”, leemos lo siguiente:
“Tengo la certeza que no hay hindú incapaz de apreciar las cualidades de Cristo o encontrar en él cosa alguna que no pueda aceptar. Pues es, sin duda, el compendio de todas las virtudes que se elogian en nuestras Escrituras hindúes (...)
Tengo una fe inquebrantable en la Divinidad y el poder de Cristo. Pero no es idéntica a la de mis amigos cristianos. Quizá sea esa la manera hindú de venerarle. Es algo muy personal y muy íntimo que no afecta mi fe en Krishna, Rama, e Ishvar. Las enseñanzas cristianas me parecen más sencillas, más irresistibles, más fortalecedoras. Cristo habló como Buda, en lenguaje sencillo y sin adornos intelectuales o sutilezas metafísicas (...)
Mis oraciones cristianas consisten en recitar mentalmente el Padrenuestro y con frecuencias frases sueltas en momentos oportunos cuando me enfrento con las dificultades de cada día. En esos momentos repito: ‘Líbranos de todo mal’,’No nos dejes caer en la tentación’, ‘Perdona nuestras ofensas’... Esta repetición me da fuerza interior, gozo espiritual y fortaleza mental. Y como resultado de todo esto me siento capaz de comprender las escrituras a través de la oración cristiana...
Y esto no lo considero un eclecticismo superficial, porque lo hago de corazón de una manera espontánea, como respirar o ver.”[13]
2. El diálogo interreligioso, un camino que hemos comenzado a recorrer
Quiero ubicarme en la dinámica rica y fructífera que impregna esta tarea pastoral y que nos ubica en el centro mismo del misterio de la encarnación, el mensaje evangélico debe ser reconocido como parte de la propia cultura, en la relación estrecha entre la fe y la vida. La riqueza está en las prácticas de diálogo interreligioso que cristalizan búsquedas, desencadenan movimientos, orientan esfuerzos. Prácticas pastorales que ponen delante propuestas, acciones concretas y, sobre todo, nuevos caminos que no hemos terminado de recorrer; la teología, la reflexión, acompaña e impulsa la práctica y enriquecerá el diálogo con cada una de las religiones no cristianas - hinduismo, budismo, judaísmo, islamismo, shintoismo, las religiones pequeñas - y, así también, dinamizará el diálogo en la familia cristiana.
Orar por la paz
Son muchas las iniciativas para encontrar y crear espacios de encuentro entre las religiones, quiero señalar, de manera especial, la convocación de Juan Pablo II en Asís para reflexionar y orar por la paz del mundo. El lugar resultaba emblemático por Francisco de Asís, reconocido más allá de las fronteras del cristianismo por su calidad humana extraordinaria y su compromiso profundamente evangélico.
Esta iniciativa, a la que respondieron muchos líderes religiosos, le mostró al mundo que la oración compartida por distintas experiencias de fe religiosa no lleva a la contraposición sino al respeto y reconocimiento del otro. Más bien, alimenta el diálogo e impulsa el gesto de anuncio y el testimonio comprometido.
“Queremos mostrar al mundo que el impulso sincero de la oración no lleva a la contraposición y menos aún al desprecio del otro, sino más bien a un diálogo constructivo, en el que cada uno, sin condescender de ningún modo con el relativismo ni con el sincretismo, toma mayor conciencia del deber, del testimonio y del anuncio” (Discurso de Juan Pablo II a los líderes religiosos en Asís 2002)
Desde la identidad de la propia fe, una exigencia fundamental en el diálogo interreligioso[14]
Para la fe cristiana, anunciar el evangelio es anunciar el misterio de la encarnación de Dios en la Historia que revela su amor gratuito a todos los seres humanos y especialmente a los pobres.[15]
El cristianismo da testimonio del misterio de la encarnación, una “particular relación entre Dios y la historia” que no siempre es comprendida en otras experiencias religiosas que tienen un profundo sentido de la trascendencia de Dios. Una “alianza de Dios con la humanidad especialmente con los más pobres”, con los marginados en la historia, con los insignificantes para el mundo. No se trata solo de un mensaje, Dios se ha hecho ser humano en un contexto histórico-cultural determinado. Es en este contexto histórico donde anunciar el amor de Dios por los pequeños, los insignificantes, le va a costar la propia vida. Cristo , así, da testimonio de la gratuidad del amor de Dios y del poder de la vida que vence la muerte y el pecado.
Anunciar el Evangelio de Jesucristo no solo nos revela el amor de Dios por la humanidad sino que nos descubre a los pobres, ellos son hijas e hijos de Dios que viven en condiciones infrahumanas de vida, que se encuentran “medio muertos” en los caminos de la historia. El amor de Dios y el amor a Dios nos llama a acercarnos, a atender a los necesitados, a curar sus heridas, a que descubran el valor de su vida, su dignidad inalienable. Esta dimensión de historicidad que tiene el mensaje bíblico, guarda un potencial de universalidad que abarca a toda la humanidad.
El diálogo interreligioso trae no sólo la pregunta del Dios en que creemos sino la pregunta por el ser humano, especialmente por los hombres y las mujeres insignificantes para la sociedad, excluidos del respeto a sus derechos fundamentales y a quienes se les niega el derecho a soñar y a construir sus anhelos de una vida más humana
En este largo caminar vamos teniendo, cada vez más, conciencia de la incoherencia de una evangelización que utiliza los elementos hegemónicos de una cultura dominante y refuerza relaciones de subordinación y opresión entre los pueblos y las personas. Por el contrario, descubrimos que el poder de vida y liberación de la palabra de Dios actúa en cada ser humano, y que cada pueblo la guarda en sus tradiciones religiosas y en su sabiduría de la vida y del amor. Las culturas de los pueblos pequeños e insignificantes históricamente son así espacios de resistencia donde se alimenta la lucha contra la opresión, marginación, pobreza y donde se cultiva la esperanza de construir un futuro justo y fraterno.
3. Mujeres y hombres abiertos a la acción del Espíritu
La pluralidad nos plantea el desafío del diálogo, del encuentro respetuoso, de la escucha, de la tarea común. El diálogo interreligioso nos permite a los cristianos ir al encuentro de creyentes de otras religiones y caminar juntos en la búsqueda de la verdad de Dios y del ser humano para construir un mundo de vida, justicia y paz.
Una práctica del diálogo interreligioso, abierta a la acción del Espíritu que, como nos recuerda Redemptoris missio, “sopla donde quiere y como quiere”[16], nos permite descubrir que todo hombre y toda mujer que se abren a la acción del Espíritu son miembros activos del Reino de Dios en el mundo y la historia.
[1] La palabra humana - razón, inteligencia – es un instrumento fundamental en el desarrollo de la capacidad creadora del ser humano para construir un mundo nuevo. Así también, inteligencia y libertad son ontológicamente inseparables.
[2] Alfaro, Juan. “Revelación cristiana, fe y teología” Ed Sígueme Salamanca 1985
[3] “Se trata en el fondo de la pregunta ¿qué es el hombre?... Preguntar y buscar es precisamente la raíz de toda actividad del hombre: el comprender, decidir y hacer humanos supone la función, ontológicamente previa, del preguntar...” Alfaro Juan “Revelación cristiana, fe y teología” p.13
[4] Zariquey Biondi Roberto “Es difícil saber qué es lo propio. El contacto cultural, sipibo conibo y la fiesta de la primavera” Rev Páginas n° 178 - Lima 2002
[5] Documento de Puebla n° 87 - 89
[6] En carta de José María Arguedas a Fernando de Szyszlo desde Portugal, Diciembre de 1958.
[7] Conf. Dupuis, Jacques, “El diálogo interreligioso desafío y oportunidad”, Selecciones de Teología 174. 2005
[8] Dupuis, Jacques, “Le dialogue interreligieux á l’heure du pluralisme”, Nouvelle Revue Théologique 120 (1998), 549. El autor señala: “El Espíritu Santo está presente y activo en el mundo, en los miembros de las otras religiones. La verdadera oración, los valores y virtudes humanas, los tesoros de la sabiduría escondidos en las tradiciones religiosas, el diálogo y el encuentro auténtico entre sus miembros son frutos de la presencia activa del Espíritu”.
[9] Rom 8,26-27.
[10] Redemptoris missio, N° 28.
[11] Dupuis, J., Idem. P. 553.
[12] Ad gentes n° 11 “descubran, con gozo y respeto, las semillas de la Palabra que en ellas (tradiciones nacionales y religiosas) se contienen.
[13] Citado por: José Vicente Bonet, sj. Rev. Vida Nueva 2477 25 de Junio de 2005
[14] Dupuis, Jacques, en: “El diálogo interreligioso, desafío y oportunidad” señala: “Las condiciones para el diálogointerreligioso han ocupado un lugar importante en el debate sobre la teología de las religiones. (…)La pregunta implica el problema de la identidad religiosa frente a la apertura a los “otros” exigida por el díalogo. No se puede, bajo el pretexto de honestidad en el diálogo, poner la propia fe entre paréntesis (…) Al contrario, la honestidad y la sinceridad del diálogo exigen que los participantes entren en él desde la integridad de su fe (…) En la base de toda vida religiosa auténtica hay una fe que no es nogociable, ni en el diálogo interreligioso ni en la vía personal.” Selecciones de Teología 174. P. 128
[15] Este punto ha sido trabajado por Gustavo Gutiérrez en la conferencia: El espacio interreligioso en “Interpelaciones contemporaneas al pensamiento cristiano” - Febrero 2002
[16] Redemptoris missio n° 20.
La diversidad cultural es una realidad muy antigua en la historia de la humanidad. En la tradición bíblica, en “el tiempo de los orígenes de la humanidad” – los 11 primeros capítulos del libro del Génesis – encontramos el relato de la Torre de Babel (Gn. 11, 1-9). Tiempo de los orígenes en que se ubican las grandes preguntas sobre los seres humanos y todo aquello que marca el sentido de su vida: el origen de todas las cosas, su identidad humana, su hacer, la búsqueda de su felicidad, el bien, la verdad y la justicia, el rechazo del mal, sus vicisitudes y angustias, sus alegrías, etc. El relato nos cuenta que la humanidad era de un mismo lenguaje e idénticas palabras (v 1), y se dijeron: vamos a edificarnos una ciudad y una torre – símbolo de poder y dominación – con la cúspide en los cielos, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la haz de la tierra (v 4). Un mismo lenguaje es instrumento de poder y dominación de unos sobre otros, y en algunos, una voluntad de poder que no tiene límites. La sabiduría religiosa guarda la voluntad de Dios como gesto liberador de los sometidos, confunde las lenguas y cada pueblo pudo desperdigarse por la haz de la tierra y encontrar su propio lugar, tener su propia lengua, ser dueños de su vida, base fundamental para construir su propia manera de vivir, su propia cultura.
Desperdigarse por toda la faz de la tierra en la tradición bíblica no significa fragmentación y aislamiento. Como continuación de este relato encontramos una larga genealogía que nos lleva a Abram y a la siempre renovada iniciativa de Dios que expresa su amor a la humanidad en la promesa de bendición a todos los linajes de la tierra ( Gn.12,3). Así también, en paralelo al relato de la Torre de Babel, encontramos el relato de Pentecostés (Hechos 2, 1-13) Pedro anuncia el triunfo definitivo de la Vida: La Resurrección de Jesús, y cada uno lo entendió en su propia lengua. La diferencia cultural no impide comunicar, entender ni comprometerse con la verdad de la vida que es la verdad de la humanidad.
1. Culturas y sentido de la vida
Es importante recordar que la cultura es una actividad específicamente humana y que se juega en ella la inteligencia creativa y la libertad[1]. La cultura es la manera como los seres humanos, en experiencia comunitaria que implica el reconocimiento del otro, de la otra, establecen relación con el mundo y lo van haciendo suyo. En este proceso, el lenguaje es la capacidad que los seres humanos tienen de expresarse, de comunicarse y de interpretar el mundo. En la relación con los otros y las otras descubren y desarrollan esta capacidad que les permite elaborar y acumular sus experiencias internas y compartirlas. El lenguaje no es solo un instrumento para comunicarse, nos dice como los hombres y mujeres trasforman el mundo y lo hacen suyo, nos dice también como se piensan y se valoran a sí mismos y a los otros y otras.
En el lenguaje de cada pueblo encontramos su visión del mundo, su identidad, encontramos su cultura. Es en su propia cultura que los hombres y las mujeres van descubriendo y dando sentido a su vida. Los pueblos guardan este saber en su memoria histórica, más específicamente en sus ancestrales tradiciones religiosas, y conservan, así, los elementos fundamentales y el derrotero histórico por el cual van construyendo su propia identidad.
Hoy, lo nuevo en este terreno está tanto en la aguda conciencia que cada una de las culturas va adquiriendo de su derecho a la diferencia, como en la constatación, que crece en nuestro tiempo, del pluralismo cultural y la riqueza de sus ancestrales tradiciones.
2. Germen de universalidad y dinamismo vital y creativo
La cultura tiene la cualidad de estar en constante movimiento. La cultura es la dimensión histórica en la que los seres humanos “se experimentan como proyecto, como libertad orientada hacia lo porvenir desconocido... El hombre no puede realizarse sino alcanzando metas concretas, que son superadas por su aspiración radical que tiene siempre más allá de todo objetivo logrado: es la experiencia de la “inquietud radical” como tensión insuprimible hacia una plenitud que el hombre no puede por si mismo alcanzar definitivamente”[2].
Esta inquietud radical en el ser humano presta a las culturas un dinamismo que impulsa al cambio y a la creatividad, y que es capaz de trasformar la historia en busca de condiciones más humanas de vida. Cuando las tradiciones culturales se hacen costumbre y el ser humano pierde el espíritu crítico de sus propios logros, la cultura pierde la energía de vida que la impulsa. Es la búsqueda de ser mas humanos[3], que coincide con la inquietud radical que impulsa hacia la plenitud, la trascendencia, el absoluto, lo que inspira el dinamismo de las culturas y que las hace estar en continua recreación. Ahí está el corazón de las culturas, que a lo largo de la historia ha vivido estrechamente ligado a la experiencia de Dios.
Lo que está en juego fundamentalmente es la búsqueda de ser y pensarnos “más humanos”, ahí está el germen de universalidad en las culturas, lo cual lleva a los seres humanos al encuentro con los otros y las otras, a la necesidad de abrirse a lo diferente, a la capacidad de recibir y de dar. Estos caminos hacen confluir a las personas y las culturas diferentes en el respeto mutuo, en el reconocimiento del valor y la dignidad del otro, de la otra, de la vida, en la búsqueda de la Verdad que se encamina a la unión. Ahí está el sentido de cada cultura.
Estos nuevos caminos, que permiten la conservación y pervivencia de las culturas, son recorridos por los protagonistas de las culturas, quienes en encuentros, desencuentros, intercambios van asumiendo formas culturales nuevas que incorporan a su vida cotidiana En la medida que se las apropian, pasan a formar parte de su identidad
Así, los pueblos recrean incesantemente su yo colectivo y los hombres y mujeres de esos pueblos reafirman su derecho a sur agentes de su propia cultura y sujetos de su historia. Roberto Zariquey , a propósito de su participación en la celebración shipiba de la fiesta de la primavera, fiesta seguramente impuesta por el calendario escolar desde Lima, nos dice:
“Ésta era, para los shipibo, una ceremonia tradicional y propia...Y eso era completamente cierto, aquella era su cultura, orar como evangelistas antes y después de la fiesta era una práctica que les pertenecía y les era sumamente íntima; porque lo propio no es sino aquello que un grupo asume y considera suyo. Este estudio etnográfico me mostró que las culturas no son entes estáticos y permanentes que hay que salvar y conservar, como si pudieran ser desligadas de los individuos y de su historia y no fueran estos los que las hicieran y rehicieran a través de procesos sumamente complejos....
Las culturas están allí, ante nosotros, como en las fiestas de primavera, reformulándose, recogiendo elementos nuevos y dejando otros de lado, acomodándose al presente y recreándose. No puede, pues, concebirse a las culturas sin la cuota de cambio (e intercambio) que las caracteriza”[4]
3. Gritos y sueños de justicia, libertad y vida.
Es importante recordar también, la pretensión de algunas culturas de querer someter y dominar, es la dinámica de reinos e imperios a lo largo de la historia. Lo que está en el centro de esta problemática es la incapacidad de reconocer al diferente, al otro en su singularidad. Esta diferencia aparece extraña, incomprensible y por tanto peligrosa; al otro se le convierte en enemigo, se le niega el derecho a la diferencia cultural y con ello se niega su condición humana. Entonces se encuentran razones para dominarlo o destruirlo.
El conflicto no lo produce el encuentro de culturas diferentes que buscan, cada una por su camino, la justicia, la libertad, la vida, y que por eso mismo pueden encontrarse y hacer juntas el camino hacia la verdad. En realidad el enfrentamiento lo produce la voluntad de dominio de los fanatismos políticos, religiosos, raciales etc que se disfrazan de utopías universales.
Así también desde muy antiguo encontramos, aun en los pueblos más pequeños y débiles, gestos, gritos[5] de resistencia y rechazo a los poderes dominantes para defender su vida, exigir justicia y luchar por su libertad. Estos gestos de defensa de la vida han ido incubando sueños y anhelos de encuentro, convivencia y compartir universal.
Cuando José María Arguedas habla del Perú multicultural como un país de todas las sangres, un territorio mágico donde la vida bulle y se recrea constantemente, expresa, de manera poética, la profundidad de la realidad en la que se ha ido haciendo y rehaciendo la historia de nuestro pueblo a través de siglos.
“Mi pensamiento central era este: ¿No puede la cultura latinoamericana mantener a través de todo su futuro desarrollo y perfeccionamiento este tipo distinto de relación entre los hombres, más cálido, más cordial, más íntimo que el encasillamiento fatal, el aislamiento creciente en que parece concluir el occidental? No tiene por qué ser un fin ineludible de la civilización el individualismo y la reserva” [6]
Podríamos decir que, en este tiempo, la globalización ha hecho del mundo entero un escenario de todas las sangres, donde se encuentra y se desencuentra la vida. Pero, como nos recuerda José María Arguedas, el mundo es un territorio mágico donde bullen los anhelos y los sueños de vida, en que muchos hombres y mujeres han puesto su esperanza y su compromiso.
En esta larga experiencia, la humanidad ha ido encontrando progresivamente un lenguaje rico pero insuficiente para dar razón de la complejidad de este fenómeno y de los desafíos que nos plantea.
A este lenguaje se van añadiendo expresiones, conceptos, en los cuales descubrimos que las culturas fuertes no puede seguir sometiendo a las otras culturas a la dominación o al anonimato, pues no pueden dejar de reconocer su presencia ni la riqueza y valores que guardan en sus tradiciones. Para ello han ido surgiendo nociones como: transculturación, aculturación, inculturación, pluralismo cultural, etc. Estas nociones nos descubren también un rol mas activo en las culturas que se van levantando de largo tiempo de esclavitud, que despiertan a la conciencia y voluntad de derechos inalienables, recuperando su memoria histórica y buscando reintegrarse a la vida social de la que por siglos habían sido excluidos. Es en este contexto que encontramos el concepto de interculturalidad.
En sociedades que se reconocen como multiculturales y donde estas diversas culturas van ganando una clara conciencia del valor que guardan sus tradiciones y su identidad, de su derecho a la diferencia, el diálogo intercultural nos dice de intercambios, descubrimientos, préstamos, propuestas, apropiaciones de formas culturales que, en un clima de libertad, permiten el enriquecimiento mutuo entre dos o más culturas. Nos dice también de los sujetos culturales, hombres y mujeres que recrean su identidad sacando de la vieja sabiduría de sus tradiciones culturales, apropiándose de lo que el otro les ofrece y recreando nuevas maneras de vivir y de pensar. Haciendo suyas su vida y su historia.
Diálogo interreligioso
Es en el contexto de la experiencia y reflexión de la diversidad cultural, y la pluralidad religiosa que la acompaña, que quiero plantear el sentido del aporte del diálogo interreligioso. La diversidad cultural que encontramos hoy está urgida de encuentro, libertad y alianza por la vida.
1. La pluralidad religiosa es un desafío a la evangelización
La experiencia religiosa es una dimensión fundamental en la condición humana, pues ella remite a preguntas radicales que buscan el sentido último de la existencia. Esta experiencia ha sido vivida históricamente en innumerables caminos personales y colectivos que guardan en ellos una riqueza inmensa que toca la Verdad del Misterio -misterio de Dios, de la existencia y de la vida- que el ser humano busca. La experiencia religiosa también tiene el riesgo de absolutizar el contexto histórico y encerrar en el al Misterio inabarcable que busca. Esta absolutización la conocemos como fundamentalismo religioso.
La pluralidad religiosa es una realidad compleja que no siempre es fácil discernir. En ella no están presentes solamente las “grandes religiones” de la humanidad, sino que encontramos también múltiples formas de religiosidad, a veces ligadas a ancestrales tradiciones culturales de pueblos pequeños, marginados, anónimos o, en otros casos, más bien son mixturas de diversos elementos religiosos, filosóficos que forman sistemas incoherente.
¿Qué desafíos presenta esta pluralidad de experiencias religiosas a la fe cristiana? Sobre todo ahora en que, el contexto de la globalización pone a nuestro alcance un basto conocimiento de la pluralidad religiosa y una mayor conciencia de su derecho a la diferencia
Anunciar el evangelio a todas las gentes plantea a la Iglesia el desafío de relacionarse con todos los pueblos de la tierra. Esta tarea tiene, desde la época apostólica, un largo caminar que ha ido progresivamente, y no sin dificultades, abriendo derroteros nuevos en el descubrimiento del otro, subrayando las diferencias entre los pueblos como algo a ser profundamente valorado en la tarea evangelizadora.
El Vaticano II dio un fuerte impulso al ecumenismo y a la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas. Se partió de la voluntad de Dios que quiere que todos se salven (1Tim 2,4) redescubriendo así, el fundamento del diálogo interreligioso en el reconocimiento del origen común que la humanidad tiene en Dios creador y su voluntad universal de salvación en Jesucristo[7].
Todos los pueblos forman una sola comunidad y tienen un mismo origen, pues Dios ha hecho habitar a toda la raza humana sobre la faz de la tierra; tienen también un mismo destino, Dios, cuya providencia, testimonios de bondad y designios de salvación se extiende a todos. ( Nostra aetate n°1)
El fundamento teológico del diálogo interreligioso está en la afirmación del señorío de Dios en el mundo y la historia[8]. El Espíritu de Dios se hace presente universalmente en el corazón de cada ser humano[9], presencia que se extiende “a la sociedad y la historia, a los pueblos, las culturas y las religiones”[10]. Como dice J. Dupuis: “a pesar de las diferencias, los miembros de las diferentes tradiciones religiosas son co-miémbros del Reino de Dios en la historia, caminan juntos hacia la plenitud del Reino, hacia la nueva humanidad querida por Dios para el fin de los tiempos, de la cual están llamados -unos y otros- a ser co-creadores con Dios”[11].
En nuestra época, en la que el género humano se une cada vez más estrechamente y aumentan los vínculos entre los diversos pueblos, la Iglesia considera con mayor atención en qué consiste su relación con respecto a las religiones no cristianas (...)
La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas, que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres (Nostra aetate n° 1 y 2)
El dinamismo, la fuerza de vida que impulsa el caminar de los pueblos y de cada persona en la historia viene de Dios; los cristianos y cristianas, envueltos en esta fuerza, viven, comparten y proclaman lo que Jesús ha enseñado: que Dios es Padre y Madre de todo hombre y de toda mujer, sin condición de raza, cultura, ni tan siquiera de credo religioso. Todos somos hijos e hijas de Dios y así estamos llamados a participar y a ser reconocidos en la fraternidad universal que el proyecto del Reino fundamenta. Esto nos exige ver a los otros y las otras no solo como destinatarios del anuncio de la Buena Nueva, sino como partícipes en la búsqueda de la verdad de Dios que da sentido a la vida[12].
En el testimonio de un hindú, Devi Menon, en un texto que titula “Lo que admiro en Cristo y rechazo en el cristianismo”, leemos lo siguiente:
“Tengo la certeza que no hay hindú incapaz de apreciar las cualidades de Cristo o encontrar en él cosa alguna que no pueda aceptar. Pues es, sin duda, el compendio de todas las virtudes que se elogian en nuestras Escrituras hindúes (...)
Tengo una fe inquebrantable en la Divinidad y el poder de Cristo. Pero no es idéntica a la de mis amigos cristianos. Quizá sea esa la manera hindú de venerarle. Es algo muy personal y muy íntimo que no afecta mi fe en Krishna, Rama, e Ishvar. Las enseñanzas cristianas me parecen más sencillas, más irresistibles, más fortalecedoras. Cristo habló como Buda, en lenguaje sencillo y sin adornos intelectuales o sutilezas metafísicas (...)
Mis oraciones cristianas consisten en recitar mentalmente el Padrenuestro y con frecuencias frases sueltas en momentos oportunos cuando me enfrento con las dificultades de cada día. En esos momentos repito: ‘Líbranos de todo mal’,’No nos dejes caer en la tentación’, ‘Perdona nuestras ofensas’... Esta repetición me da fuerza interior, gozo espiritual y fortaleza mental. Y como resultado de todo esto me siento capaz de comprender las escrituras a través de la oración cristiana...
Y esto no lo considero un eclecticismo superficial, porque lo hago de corazón de una manera espontánea, como respirar o ver.”[13]
2. El diálogo interreligioso, un camino que hemos comenzado a recorrer
Quiero ubicarme en la dinámica rica y fructífera que impregna esta tarea pastoral y que nos ubica en el centro mismo del misterio de la encarnación, el mensaje evangélico debe ser reconocido como parte de la propia cultura, en la relación estrecha entre la fe y la vida. La riqueza está en las prácticas de diálogo interreligioso que cristalizan búsquedas, desencadenan movimientos, orientan esfuerzos. Prácticas pastorales que ponen delante propuestas, acciones concretas y, sobre todo, nuevos caminos que no hemos terminado de recorrer; la teología, la reflexión, acompaña e impulsa la práctica y enriquecerá el diálogo con cada una de las religiones no cristianas - hinduismo, budismo, judaísmo, islamismo, shintoismo, las religiones pequeñas - y, así también, dinamizará el diálogo en la familia cristiana.
Orar por la paz
Son muchas las iniciativas para encontrar y crear espacios de encuentro entre las religiones, quiero señalar, de manera especial, la convocación de Juan Pablo II en Asís para reflexionar y orar por la paz del mundo. El lugar resultaba emblemático por Francisco de Asís, reconocido más allá de las fronteras del cristianismo por su calidad humana extraordinaria y su compromiso profundamente evangélico.
Esta iniciativa, a la que respondieron muchos líderes religiosos, le mostró al mundo que la oración compartida por distintas experiencias de fe religiosa no lleva a la contraposición sino al respeto y reconocimiento del otro. Más bien, alimenta el diálogo e impulsa el gesto de anuncio y el testimonio comprometido.
“Queremos mostrar al mundo que el impulso sincero de la oración no lleva a la contraposición y menos aún al desprecio del otro, sino más bien a un diálogo constructivo, en el que cada uno, sin condescender de ningún modo con el relativismo ni con el sincretismo, toma mayor conciencia del deber, del testimonio y del anuncio” (Discurso de Juan Pablo II a los líderes religiosos en Asís 2002)
Desde la identidad de la propia fe, una exigencia fundamental en el diálogo interreligioso[14]
Para la fe cristiana, anunciar el evangelio es anunciar el misterio de la encarnación de Dios en la Historia que revela su amor gratuito a todos los seres humanos y especialmente a los pobres.[15]
El cristianismo da testimonio del misterio de la encarnación, una “particular relación entre Dios y la historia” que no siempre es comprendida en otras experiencias religiosas que tienen un profundo sentido de la trascendencia de Dios. Una “alianza de Dios con la humanidad especialmente con los más pobres”, con los marginados en la historia, con los insignificantes para el mundo. No se trata solo de un mensaje, Dios se ha hecho ser humano en un contexto histórico-cultural determinado. Es en este contexto histórico donde anunciar el amor de Dios por los pequeños, los insignificantes, le va a costar la propia vida. Cristo , así, da testimonio de la gratuidad del amor de Dios y del poder de la vida que vence la muerte y el pecado.
Anunciar el Evangelio de Jesucristo no solo nos revela el amor de Dios por la humanidad sino que nos descubre a los pobres, ellos son hijas e hijos de Dios que viven en condiciones infrahumanas de vida, que se encuentran “medio muertos” en los caminos de la historia. El amor de Dios y el amor a Dios nos llama a acercarnos, a atender a los necesitados, a curar sus heridas, a que descubran el valor de su vida, su dignidad inalienable. Esta dimensión de historicidad que tiene el mensaje bíblico, guarda un potencial de universalidad que abarca a toda la humanidad.
El diálogo interreligioso trae no sólo la pregunta del Dios en que creemos sino la pregunta por el ser humano, especialmente por los hombres y las mujeres insignificantes para la sociedad, excluidos del respeto a sus derechos fundamentales y a quienes se les niega el derecho a soñar y a construir sus anhelos de una vida más humana
En este largo caminar vamos teniendo, cada vez más, conciencia de la incoherencia de una evangelización que utiliza los elementos hegemónicos de una cultura dominante y refuerza relaciones de subordinación y opresión entre los pueblos y las personas. Por el contrario, descubrimos que el poder de vida y liberación de la palabra de Dios actúa en cada ser humano, y que cada pueblo la guarda en sus tradiciones religiosas y en su sabiduría de la vida y del amor. Las culturas de los pueblos pequeños e insignificantes históricamente son así espacios de resistencia donde se alimenta la lucha contra la opresión, marginación, pobreza y donde se cultiva la esperanza de construir un futuro justo y fraterno.
3. Mujeres y hombres abiertos a la acción del Espíritu
La pluralidad nos plantea el desafío del diálogo, del encuentro respetuoso, de la escucha, de la tarea común. El diálogo interreligioso nos permite a los cristianos ir al encuentro de creyentes de otras religiones y caminar juntos en la búsqueda de la verdad de Dios y del ser humano para construir un mundo de vida, justicia y paz.
Una práctica del diálogo interreligioso, abierta a la acción del Espíritu que, como nos recuerda Redemptoris missio, “sopla donde quiere y como quiere”[16], nos permite descubrir que todo hombre y toda mujer que se abren a la acción del Espíritu son miembros activos del Reino de Dios en el mundo y la historia.
[1] La palabra humana - razón, inteligencia – es un instrumento fundamental en el desarrollo de la capacidad creadora del ser humano para construir un mundo nuevo. Así también, inteligencia y libertad son ontológicamente inseparables.
[2] Alfaro, Juan. “Revelación cristiana, fe y teología” Ed Sígueme Salamanca 1985
[3] “Se trata en el fondo de la pregunta ¿qué es el hombre?... Preguntar y buscar es precisamente la raíz de toda actividad del hombre: el comprender, decidir y hacer humanos supone la función, ontológicamente previa, del preguntar...” Alfaro Juan “Revelación cristiana, fe y teología” p.13
[4] Zariquey Biondi Roberto “Es difícil saber qué es lo propio. El contacto cultural, sipibo conibo y la fiesta de la primavera” Rev Páginas n° 178 - Lima 2002
[5] Documento de Puebla n° 87 - 89
[6] En carta de José María Arguedas a Fernando de Szyszlo desde Portugal, Diciembre de 1958.
[7] Conf. Dupuis, Jacques, “El diálogo interreligioso desafío y oportunidad”, Selecciones de Teología 174. 2005
[8] Dupuis, Jacques, “Le dialogue interreligieux á l’heure du pluralisme”, Nouvelle Revue Théologique 120 (1998), 549. El autor señala: “El Espíritu Santo está presente y activo en el mundo, en los miembros de las otras religiones. La verdadera oración, los valores y virtudes humanas, los tesoros de la sabiduría escondidos en las tradiciones religiosas, el diálogo y el encuentro auténtico entre sus miembros son frutos de la presencia activa del Espíritu”.
[9] Rom 8,26-27.
[10] Redemptoris missio, N° 28.
[11] Dupuis, J., Idem. P. 553.
[12] Ad gentes n° 11 “descubran, con gozo y respeto, las semillas de la Palabra que en ellas (tradiciones nacionales y religiosas) se contienen.
[13] Citado por: José Vicente Bonet, sj. Rev. Vida Nueva 2477 25 de Junio de 2005
[14] Dupuis, Jacques, en: “El diálogo interreligioso, desafío y oportunidad” señala: “Las condiciones para el diálogointerreligioso han ocupado un lugar importante en el debate sobre la teología de las religiones. (…)La pregunta implica el problema de la identidad religiosa frente a la apertura a los “otros” exigida por el díalogo. No se puede, bajo el pretexto de honestidad en el diálogo, poner la propia fe entre paréntesis (…) Al contrario, la honestidad y la sinceridad del diálogo exigen que los participantes entren en él desde la integridad de su fe (…) En la base de toda vida religiosa auténtica hay una fe que no es nogociable, ni en el diálogo interreligioso ni en la vía personal.” Selecciones de Teología 174. P. 128
[15] Este punto ha sido trabajado por Gustavo Gutiérrez en la conferencia: El espacio interreligioso en “Interpelaciones contemporaneas al pensamiento cristiano” - Febrero 2002
[16] Redemptoris missio n° 20.

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